La comunidad del Colegio Seminario Pontificio Menor lamenta profundamente la partida del Óscar Pizarro Poblete, exalumno, exprofesor y figura relevante en nuestra historia. Su vida, marcada por una profunda vocación de servicio, un amor incondicional por la educación y una visión inspiradora de integración social, deja una huella imborrable en nuestro Colegio.
Pizarro ingresó al Seminario como alumno en 1952, en un tiempo en que el colegio formaba exclusivamente a futuros sacerdotes. Aunque, tras un periodo de discernimiento, decidió en 1954 explorar otros caminos fuera del sacerdocio célibe, su vocación religiosa y su deseo de transformar vidas lo llevaron a seguir vinculado a nuestra comunidad educativa.
Su relación cercana con destacados miembros de la Iglesia, como Enrique Alvear y Carlos González Cruchaga, obispos que jugaron un papel fundamental en la defensa de los derechos humanos durante tiempos difíciles en Chile, fortaleció su compromiso con la justicia, el amor al prójimo y el sentido de comunidad.
Cinco años después de su salida como estudiante, regresó al Colegio como profesor de Historia, invitado por el mismo Enrique Alvear. Así comenzó una etapa de entrega y dedicación que marcaría el rumbo de nuestra comunidad. En 1962, y con la aprobación de la Iglesia, Pizarro impulsó un cambio trascendental en nuestro Seminario: el Colegio dejó de ser una institución exclusiva para la formación de sacerdotes, transformándose en un espacio abierto a jóvenes laicos, sin importar su vocación futura. Esta decisión reflejaba su convicción de que el verdadero valor de la educación radica en formar personas integrales, capaces de responder a los desafíos de la vida, con un corazón dispuesto a servir a los demás y con una visión de amor universal y solidaridad.
La entrega del Profe Óscar Pizarro no se limitó a la enseñanza académica. Su compromiso con la inclusión y el respeto por la dignidad humana lo llevaron a participar, junto a la comunidad educativa, en la creación de un modelo educativo inclusivo y diverso, en el que se buscaba una integración genuina de alumnos de todas las realidades sociales. Esta diversidad, concebida como una riqueza invaluable, nos enseñó a convivir desde el respeto y la empatía.
Su vida fue un testimonio de fe y generosidad, durante su vida transmitió los valores cristianos de amor, justicia y solidaridad, poniendo siempre en el centro a quienes más lo necesitaban. Su vocación religiosa se reflejaba en cada palabra, en cada gesto, y en cada decisión, recordándonos constantemente la importancia de seguir el ejemplo de Cristo en nuestra vida cotidiana.
Hoy, nuestra comunidad lo despide con profundo respeto y gratitud y agradecemos su compromiso incansable, su fe y su amor incondicional por esta comunidad.
Descanse en paz, su recuerdo quedará para siempre en nuestros corazones.